ARCOÍRIS


Mi verano se ha quedado a media asta. Mis corazones se han ido muriendo de uno en uno y con ellos un poco yo de cada vez. Por eso mi ausencia. No quería escribir, no quería despedirme de ellos, no quería que esto pasara. No pude salvarlos.
El primero de mis corazones se lo llevó el viento. Nada más darme cuenta, salí tras él y lo seguí como una niña cuando corre tras su globo:
—Aquí estoy, baja, ven con mamá.
Pero al intentar forcejear con el aire, se enredó en sus remolinos hasta que se difuminó por completo dentro de él. Por un momento el aire se volvió rojizo. Intenté agarrarlo con las manos, como si con eso pudiera atraparlo, recomponer sus piezas y formar de nuevo a mi bebé. No funcionó.

El segundo se marchó a las pocas horas. Su forma empezó a volverse redonda. Ya no era un corazón, ahora era una bolita de color gris que se hacía más y más pequeña entre mis manos.
—¿Qué te pasa? Quédate conmigo, no te vayas.
Llamé al médico:
—Lo siento mucho Aurora. Lo que está pasando es normal. Un corazón sin cuerpo no puede vivir mucho tiempo.
Así que el tercero me lo cosí a la piel. Ese fue el que más dolió. No por coserlo, sino por su partida. Apenas unas semanas después, dejó de latir sobre mí y tuvimos que separarnos.
Ya solo me quedaba uno. Mi cuarta y única esperanza. No podía dejar de mirarle, de vigilar su tamaño, su forma, hasta su temperatura. Y en cuanto vi que sus bordes empezaban a verse más redondos lo metí en el congelador. El médico me dijo que no era mala opción y que a veces ocurre el milagro. Me ha dicho que de vez en cuando lo abra y mire como está, pero no soy capaz. Lo que si hago es pegar la oreja a la nevera para oír si late, cuando pasa, noto una pequeña vibración y siento que está ahí, vivo, esperando por mí, a que su madre encuentre la manera de sacarlo y salvarle.
—Tranquilo pequeño, lo haré.
#auroraysumundo

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