De corazón y científicamente es probado que si pones un pollito en el
agua se hunde. Por ese entonces disfrutaba de un suave pelaje amarillo y aún
desconocía mi triste final. Tenía una fuerte fijación por el agua y la
limpieza y el gallinero no era el mejor sitio para mantenerme limpio.
El momento más especial del día era cuando llenaban los cubos,
yo me tiraba como un loco hacia ellos antes de que los demás se pusieran a
beber y me la ensuciaran toda. Nunca aprendí la lección y siempre acababa en el
fondo suplicando ayuda. Mis compañeros asomaban sus picos mientras yo iba
ahogándome poco a poco, menos mal que ya me conocían y tenían la cuerda
preparada para rescatarme; aunque a veces tardaban en tirarla, les gustaba
verme sufrir.
Publicado en La Esfera Cultural
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