La fábrica de sueños

Como cada día mi padre se levanta bien temprano para ir al trabajo. Hoy voy con él, nadie puede quedarse conmigo y dice que de paso aprendo el oficio. Yo le insisto en que todavía no hace falta pero se ve que le hace ilusión. Tampoco pongo mucha resistencia, tenía ganas de conocer la famosa fábrica de sueños, así la llamamos en casa. Yo no paro de presumir en el cole de ello y hoy por fin la veré de cerca. Aunque lo cierto, es que hace tiempo que mi padre ya no viene tan contento de allí, algo de perder la Esperanza, pobre niña, ojalá la encuentren pronto. 

Al llegar, no hay nada de lo que me había imaginado, ni alfombras rojas, ni puertas de oro; tan solo una cola enorme de empleados que supongo aguardan su turno para fichar. Debe de ser un trabajo muy selectivo y peligroso porque solo pasan de uno en uno. Tras hora y media de espera decido que de mayor quiero ser bombero, mi padre se ríe y dice que siga soñando. Mientras él va al mostrador, yo me acerco a una mesa:

-Señorita ¿Es aquí dónde tengo qué pedir mi deseo?





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