El sol se
escondió tarde el último día que la vieron por el edificio. Llevaba cinco meses
viviendo entre ellos y de nadie se escapaba aquella peculiar pelirroja.
De ella se
sabía que se separó cuando su marido aún se jugaba la vida en el frente y que
una vez conseguido el divorcio dedicaba todo su tiempo en hacerse famosa. No
era difícil encontrarla en alguna de las portadas de las revistas que padres e
hijos escondían bajo la cama. Como tampoco lo era escuchar los gritos de madres
y esposas al encontrarlas.
Para bien o
para mal, nunca pasaba desapercibida. De piel luna, ojos azules, nariz respingada
y tirabuzones rojizos, poseía una belleza casi tan exacta como los husos
horarios que marcaban la distancia entre los países.
Su rutina
siempre era la misma y desde bien temprano se podía oír el repiqueteo de sus
tacones varios pisos más abajo. Ella Fitgerald la acompañaba, luego un último
taconeo, silencio y portazo. Bajaba las escaleras a saltitos, tras ella un
aroma a madera de sándalo y vetiver se colaba por las paredes y no era de
extrañar que algunas vecinas taparan las rendijas de las puertas con toallas
para evitar así que sus maridos cayeran en el embrujo. Sus caderas parecían
péndulos marcando los segundos, y a cada tic tac, dos pestañeos caían, el de
los hombres por placer y el de las mujeres por envidia.
Su belleza
sin duda tendría que pesarle. Pero por las noches todo cambiaba, su esplendor
languidecía y eran muchas las ocasiones en la que se le oía llorar. Pero no de
forma jaquecosa e impertinente sino muda y solitaria. Después venían ellos, los
invitados, recuerdos amargos de su infancia en la que manos extrañas
acariciaban sus senos todavía vírgenes.
Esa mañana
iba con más prisa de lo normal. Al salir por el hall del edificio su bolso
quedó enganchado en una de las aristas de la puerta giratoria que la separaba
de la calle. Todo lo que llevaba en su
interior cayó al suelo ante la mirada de transeúntes y vecinos. Un tinte rubio
platino y una caja de barbitúricos fueron algunas de las cosas que salieron de
él. Su nombre era Norma Jean.
Muy bueno, Aurora. Cuando leí lo de esa peculiar pelirroja que se separó de su marido cuando él todavía se jugaba la vida en el frente, enseguida supe que se trataba de Marilyn; luego me lo confirmaron la descripción de sus caderas, pestañeos, etc, hasta llegar al tinte platino y los barbitúricos caídos de su cartera. Esta frase, una joyita:
ResponderEliminar"... poseía una belleza casi tan exacta como los husos horarios que marcaban la distancia entre los países"
Me gustó leerte en versión "large". :)
Cariños,
Mariángeles
Mi blog: mariangelesabelli.blogspot.com.ar
Hola amor! que bonito todo lo que me dices, gracias, espero poner mas large en la rueca, besos.
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