Polvo de Hadas


De su mochila siempre cuelga un saquito de polvo de hadas. Lo consiguió tras quedarse sin pensamientos alegres en una extraordinaria subasta sobre los objetos más íntimos del escritor James Barrie. Fue una dura puja, gastó más de lo que debía pero una vez conseguido el tesoro, nunca se separó de ellos.

Cada mañana, después de acicalarse, cogía algunos gramos de polvo y se los esparcía por el pelo. Su efecto era tan potente que a veces nada más con tocar el saquito y sentirlo cerca ya conseguía el requerido pensamiento. Hasta que un día, de paseo por el parque, se topó con ella. Una chica que solo le faltaban las alas para parecer un hada y que solo con mirarla te daba la energía para volar hacía la segunda estrella a la derecha. Hablaron largo rato, de libros, de sitios a los que viajar y cuando la noche les avisó de que era la hora de irse, ella le dio el esperado beso. Ahora, cada vez que necesita tener un pensamiento alegre ya ni siquiera acaricia el saquito de su mochila, le basta con acordarse de ella y rozar sus labios.


Nota: Publicado en Microficción. Gracias amigos cuenteros. 

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