De su mochila siempre cuelga un
saquito de polvo de hadas. Lo consiguió tras quedarse sin pensamientos alegres
en una extraordinaria subasta sobre los objetos más íntimos del escritor James
Barrie. Fue una dura puja, gastó más de lo que debía pero una vez conseguido el
tesoro, nunca se separó de ellos.
Cada mañana, después de acicalarse,
cogía algunos gramos de polvo y se los esparcía por el pelo. Su efecto era tan
potente que a veces nada más con tocar el saquito y sentirlo cerca ya conseguía
el requerido pensamiento. Hasta que un día, de paseo por el parque, se topó con
ella. Una chica que solo le faltaban las alas para parecer un hada y que solo
con mirarla te daba la energía para volar hacía la segunda estrella a la
derecha. Hablaron largo rato, de libros, de sitios a los que viajar y cuando la
noche les avisó de que era la hora de irse, ella le dio el esperado beso.
Ahora, cada vez que necesita tener un pensamiento alegre ya ni siquiera
acaricia el saquito de su mochila, le basta con acordarse de ella y rozar sus
labios.
Nota: Publicado en Microficción. Gracias amigos cuenteros.
A ver si los polvos de hada eran un placebo...
ResponderEliminarUn beso
JM
Bieenn! esa era la idea :D besos.
Eliminaruff! Qué belleza!
ResponderEliminar:D gracias amiga.
Eliminar¡Precioso!
ResponderEliminarMuchas gracias, :) saludos.
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