La cabalgata de las Valkirias

Despertó sobre el suelo amargo de un estudio de pintura. Debía de ser tarde, y su último recuerdo era el doloroso golpe contra el asfalto después de salir de la charla pictórica impartida por uno de los mejores pintores vivos del momento, Arthur Lamey, famoso por sus cuadros, mezcla de modernismo y abstracción, y por su original manera de captar la esencia del universo. Arthur recorría el mundo en una exposición itinerante y por fin había llegado el turno de su ciudad. Hacía años que no mostraba nada nuevo, y precisamente era en esa visita donde revelaría su nueva gran obra.
El gusto a barniz recorriéndole la garganta le devolvió del todo la conciencia. Pronto pudo reconocer la figura de un hombre con bata blanca ante un gran lienzo de colores que movía los brazos al ritmo de La cabalgata de las Valquirias de Wagner, como una coreografía perfectamente ensayada. Fue entonces cuando reconoció la figura de Arthur Lamey terminando el cuadro que pronto vería la luz.
-Bien, ya estás despierta, te estaba esperando- dijo Arthur mientras se acercaba.

La abrazó fuerte, notó como su corazón cabalgaba a zancadas sobre las arterias, Arthur sonrió, justo lo que quería para su óleo. Tras unos minutos pintando, volvió, esta vez se centró en sus ojos rebosantes de terror, y así, poco a poco, el cuadro se llenó de las emociones más primarias del ser humano. Solo le faltaba el último trazo, el golpe final para rematar su perfecta obra. Le apretó el cuello hasta conseguir un cadena de gritos y hasta ver la habitación cubierta de todas las tonalidades de dolor que existen.
El cuadro fue su mayor éxito.

Nota: Relato finalista en la convocatoria 100x500, edición limitada, de Cuentos para el Andén nº25. 

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