Era temprano,
las calles empezaban a desperezarse al ritmo de las primeras pisadas y la
tienda aún estaba vacía. El maestro preparaba los encargos del día cuando la
campanilla de la puerta dio la bienvenida al primer comprador, que titubeante, se
quedó mirando la mercancía.
Yo por ese
entonces vivía en el tercer estante a la izquierda. Hasta ese momento mis
servicios habían sido los de muñeco de vudú en práctica pero por cualquier
razón el maestro creyó que ya estaba preparado y me vendió a aquel inseguro
cliente.
Cruzamos
varias calles hasta llegar a mi nuevo hogar, una casa que te podía arrancar la
sombra con tan solo mirarla. Una vez dentro, marcó sobre mi piel de tela los
puntos donde colocaría las agujas. Al otro lado se encontraba la víctima con
quien yo tenía que conectar, y aunque no era necesario tenerla cerca, el efecto
siempre era mejor si lo estaba. Cuando el ritual comenzó, los gritos contiguos
hicieron de mí un verdadero muñeco de trapo en el que mis sentimientos se
descosían con cada pinchazo y mi mente al deseo de volver al tercer estante a
la izquierda.
Curioso y original, un abrazo desde mi mar
ResponderEliminarGracias Ángeles, :) besos de océano a mar.
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